viernes, 12 de febrero de 2016

Capítulo 1

Revoloteé. En serio, literalmente. No soy un bicho raro ni nada por el estilo, tan solo soy un hada. En el mundo en el que vivimos, llamado Níume (formado además por varios espacios pararelos donde vive cada especie), es normal ver seres como yo. Claro está que a un humano le parecería raro, pero los humanos solo existían en los libros, y, flipa, suelen estar representados como monstruos feos, o hermosos como las sirenas y los tritones. Hablando de sirenas y de tritones, tenemos una rivalidad aplastante con ellos. Ellos se creen mejor por nadar y tener una voz sedosa y que te encandila si no tienes cuidado, y nosotros nos creemos mejor por ser pequeños y poder mimetizarnos y a la vez por volar. Todos tenemos nuestros poderes, nuestra esencia, nuestra historia. Pero la historia del enfrentamiento es de hace años, y años, y años... Y años. Muchos, muchos años. Han habido extraños casos de tritones y hadas que se enamoraron, o de duendes y sirenas. Últimamente la gente se cree muy rebelde y va por esa zona a ver si encuentra el amor. Aunque va a encontrar un buen catsigo más bien. Quizás sí han habido amores sinceros como lo ecrito por el escritor dragón Paleshkeare, que trataba de un amor imposible entre Hadeo y Kiulieta. No es que acabase precisamente bien.

Lo más curioso de la formaicón de nuestro mundo es lo que he dicho de espacios paralelos; porque nadie sabe dónde se encuentran. Van cambiando de lado, y hasta eres capaz de dar un paso y aparecer en la otra punta del universo. Gracias a eso, los inteligentes se vieron obligados a crear un extraño artefacto que es como una brújula que contiene un pedacito de cada portal y es capaz de llevarte al correcto.

Bueno, el caso es que yo iba caminando cuando de pronto la verdor de los árboles, el piar de los pájaros y los susurros de las serpientes fueron sustituidos por la brisa marina, las olas y el olor a mar. Con rapidez saqué mi brújula, al tiempo que miraba hacia delante viendo a las sirenas reír y charlar mientras sus colas de pez se agitaban contra el agua salpicando. El panorama era hermoso, no sé porque nuestras razas estaban enfrentadas. No deberían, tan solo tendrían que ver que ellos son como nosotros. En serio, igual de creídos y todo.

Me escondí tras unas rocas gigantes (aunque para mí, una diminuta hada, todo era gigante), observando a todos, fijándome en sus expresiones y sus sonrisas, en su forma de ser, de jugar.

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