sábado, 30 de abril de 2016

Capítulo 29

Me lo quedé mirando. Nunca en mi vida había sentido tanta curiosidad, nunca. Peor esa era su esencia. El misterio. El dejarte con las ganas, y, ante todo, arrastrar con él esa forma de ser tan rebelde, por decirlo así, que me encantaba. Quizás nunca supiera lo que me iba decir, o quizás sí. Eso tampoco lo sabía.

Observé el mar. Ya no me daba tanto miedo el agua, solo lo que había en su interior. Pero a veces, el miedo es tu amigo. Y, no es un buen amigo.

Lo sentí cuando una fuerte ola contra el barco me tomó desprevenida, arrancándome un grito, pero, por desgracia, sin tiempo a agarrarme a algo, de manera que caí al agua helada.-¡Ayuda!-grité, pero no venía, nadie me oía. Y nunca me sentí tan impotente, como un bichito ante el pie de un gigante. Lo peor era que sentía que no tenía escapatoria. 
  
Traté de nadar, huyendo del barco, porque si me acercaba, me arrollaría, así que di brazadas y brazadas tratando de llegar a unas rocas que sobresalían del agua. Estaba tan cerca de salvarme... Y lo logré, ¿no? Conseguí agarrarme a ellas, mientras luchaba contra la fuerza de las olas, quizás para los piratas minúscula, pero para mí, que nunca aprendí a sobrevivir en agua, era muy grande.

Mientras tanto, gritaba y gritaba, rasgando mis cuerdas vocales, suplicando clemencia a algún Dios, pero no había ninguno. ¿Quizás hubieran ángeles, dispuestos a salvarme de mi pesadilla? 
  
-¡Eider! ¡Eider!-chillaba, agonizando al ver que mis dedos perdían la fuerza, y con ellos, mi esperanza-. Eider, ¡no me dejes morir!-seguía desesperada.

El cielo se tornaba nublado, y las olas aumentaban su fuerza, su poder ante mí, demostrando que no podían ser controladas. Y me solté, con mis brazos sin apenas energía, y mis piernas que no podían más. Y sí, traté, traté de luchar más, por más, por unos minutos más en el mundo, pero no podía más. Me estaba rindiendo, y a pesar de que no quería hacerlo, no podía más. Así que, en un último intento de vivir, cogí bocanadas de aire, permaneciendo a merced del mar, que me zarandeaba y me hundía, sin poder yo hacer nada. Y pasó. Agua se metió en mi boca, y aunque tosí, ya estaba bajo el agua, moviéndome de aquí para allá. Era mi final. Lo curioso es que, en vez de ver mi vida pasar delante de mis ojos, pensaba si este momento sería como en los cuentos; en que vendría mi príncipe a rescatarme. Me preguntaba si Eider ya se había dado cuenta de mi desaparición. Fuese como fuese, ya era demasiado tarde. Cerré los ojos, dispuesta a dormir una larga siesta, con la nana que el mar susurraba en mis oídos.

Y entonces me dormí, no sin antes sentir el abrazo desesperado de alguien. Y ya no sentí más dolor. Si esto era la muerte, no me gustaba. Lo veía todo negro y me sentía impotente al no sentir ninguna parte de mi cuerpo. Traté de chillar, pero en vez de eso, tosí, recuperando el control, sintiendo unas manos subir y bajar haciendo presión sobre mi pecho, y a continuación unos labios posarse sobre los míos tratando de sacar el agua de mis pulmones. Eran unos labios que conocía bien: eran los de Eider.

-¡Vamos. vamos!-decía, y me dio palmadas en la espalda cuando empecé a toser como una posesa.

Me di cuenta de que estábamos en una playa. ¿Cómo habíamos llegado hasta aquí?

Le miré en silencio porque sentía que no tenía fuerzas para hablar. Mi mirada era triste, angustiada, dolida. Y él la entendió, porque se tumbó junto a mí, abrazándome, y al oído, me sususurró:

-Tranquila, hadita, ya estás a salvo.

Su voz sonaba cansada, agotada.

-¿Qué ha pasado?-pregunté débilmente.

-Shhh, no hables. Yo te lo contaré todo.

Le miré mientras él respiraba agitado, aferrado a mi espalda. Con manos temblorosas, sequé el sudor que caía por su frente, que se mezclaba con el agua de su cabello mojado.

-Estaba haciendo unas cosas, ya sabes, cuando fui a buscarte, y vi que no estabas. Deduje que estarías en tu camarote o ayudando a alguien, así que fui a buscarte a tu camarote, pero estaba vacío y con la cama deshecha, justo como lo dejamos. Después, te busqué por la cubierta, preguntando de paso si te habían visto. Me dijeron que la última vez fue cuando estabas apoyada en la barandilla. Entonces, miré el cielo, gris, y luego las olas, no tan fuertes, pero mortales para una hadita como tú, que nunca tocó el agua. Y lo comprendí-me miró permitiéndose tocar mi mejilla con sus dedos fríos-. Estaba angustiado, y no tardé en saltar hacia el mar, nadando a toda velocidad buscándote. Y te vi. Y tanto que te vi, en el fondo del mar, tumbada en la arena mientras tu pelo se movía, pero tu pecho no. Estabas muerta, Delia, y yo queria estarlo si no te salvaba, así que te cogí de la cintura y te saqué del agua, llevándote a esta playa que me encontré, porque el barco estaba lejos.

-Pero tu padre...

-Ahora no me importa mi padre, ni los piratas ni nada. Cuando sea necesario alcanzarlos, los alcanzaremos, porque podemos, pero ahora tienes que recuperarte.

Asentí suspirando abrazándole, y una nota cayó sobre nosotros, y vimos a una gaviota alejarse. La leímos, y ponía "Os estamos esperando.".

-Es mi padre-suspiró.

-¿Cómo lo sabes? 

-Esa es su gaviota. 

-Me siento mal por quedarnos aquí.

-Solo será hasta mañana-me aseguró, tranquilizándome.

Y justo cuando iba a cerrar los ojos, con algo de fuerza ya, un grito agonizante de Eider me alertó, pero no pude ver nada porque me alejó escondiéndome tras una roca.

Miré disimuladamente, viéndole pelear a muerte con Manzur, el cual no sabía si me había visto, pero si lo había hecho, le daba igual, o tenía algún as en la manga. Suspiré, con el corazón a mil, recordando que en clases nos habían enseñado un poder que tenían las alas, que protegían ante todo, menos el agua, aunque creo que nunca lo probaron en realidad. Eso tenía su riesgo, y era que se rompiesen si el hechizo, por decirlo así, no se realizaba bien.

Así que me esforcé en encontrar la esencia de mis alas, en encontrar las venas que unían mis alas con mi espalda. Y me costaba, sí, me costaba concentrarme sabiendo que Eider podía morir mientras. Pero también sabía que era fuetre y que resistiría. 

Así que, cuando sentí mis alas protegidas, como un escudo, salí en el momento justo en que Manzur le hacía un buen agujero en el estómago a Eider, y se disponía a acabar con él.

-De eso nada, monada-dije interponiéndome entre ellos, abrazando a Eider, manchando así mi vestido de sangre, y recibiendo una cuchillada en mis alas, que la soportaron con dificultad, ya que se abrió una pequeña brecha. Pero no me importó, al menos en ese momento, porque le había salvado la vida.

Me giré, viendo que Manzur había desaparecido. Maldita rata cobarde. Pero mi atención debía estar dirigida a Eider, así que le miré, con preocupación.

-Dios... Eider... ¿Cómo puedo curarte...?-dije tratando de parar con las manos la hemorragia, pero era imposible.

Tosió sangre.

-No sé si podrás, hadita, pero... Gracias.

Le acerqué al agua, porque, si iba a morir, quería que lo hiciese en su hogar. Solo que no pensé que una mano dorada y casi invisible atravesase su estómago haciendo que dejase de sangrar tanto. Y tampoco pensé que aparecería un ser dorado, con cabello dorado, ojos dorados y piel dorada. 

Silenciosamente dejó medicamentos y comida, y se fue.

¿Qué? Era tan confuso todo.

De todas maneras, sabiendo que no tenía nada que perder, empecé a vendarle cantándole una nana, mientras que su mano ensangrentada se aferraba a mi brazo, sin querer irse de este mundo.

Una vez acabé, le abracé apoyando su cabeza en mi regazo y peinándole, observando las muevas de dolor que el trataba de ocultar.

-¿Te duele mucho?-le pregunté.

Asintió apretando mi brazo, y estiró el cuello hacia mí, consiguiendo que le mirara confusa.

Estiró también el brazo poniendo la mano en mi nuca, bajándome y juntando sus labios con los miós, moviéndolos con lentitud. Me dejé hacer devolviéndole el beso mientras que con los pulgares acariciaba sus mejillas.

Se separó un momento.

-Túmbate, me es raro besarte así-se quejó, haciendo que riera y me tumbara a su lado, cogiendo su mejilla y volviendo a besarle. 

Él esta vez puso su manoe n mi cintura pegándome a él, y a medida que el beso se tornaba más intenso, el apretaba su agarre cada vez más.

De pronto, por la emoción, puso la mano en mi culo.

-Eider-me quejé con timidez.

-Ay, calla, que me has puesto-se quejó él, apretando.

Yo me dejé hacer porque, para qué mentir, me gustaba.

 Dio besos en mi cuello mientras yo sonreía cómodamente.

-Hadita, constrúyeme una cabaña, porfa.

-¿Qué?

-Por favor.

Asentí porque sabía que nos íbamos a tener que proteger de frío, del sol y del viento de todas maneras, así que... Lo único que me molestaba era que hubiéramos interrumpido nuestro beso. Y se ve que no era la única, pues él tenía un bulto en su pantalón y se lo apretaba incómodo.

Reí por lo bajo recogiendo hojas de palmera y también troncos, construyendo así la cabaña. Tenía cierta experiencia porque cuando era más pequeña me gustaba intentar construirlas.

Acabé en, no sé, media hora, y fui a buscar a Eider, que tomaba el sol como si nada.

-¿Ya no te duele?

-No mucho, se está curando.

-Ya hice la cabaña.

-Vale, llévame-dijo, y asentí cogiéndole con cuidado y con un poco de ayuda de su parte conseguí introducirlo dentro de nuetsro improvisado hogar, permitiéndonos descansar de una vez de las intensas emociones vividas hoy.

Le tumbé con cuidado en el suelo, tumbándome junto a él.

-Oye, hadita, al final no logramos acabar nuestro beso en condiciones.

-¿Y qué insinúas?

-Que lo terminemos-sonrió con esa característica sonrisa suya tan pillina, y me cogió el trasero de nuevo.

 -Eres un poco cochino.

-Pues vale-sonrió como si nada besándome, poniéndose encima con esfuerzo.

-Oye, no hayas esfuerzo, te harás daño...

-Tranquila, estoy bien. Ahora sí.

Se quitó la camiseta permitiéndome ver su pecho y su herida casi cerrada. Le miré a los ojos, y él simplemente se inclinó volviéndome a besar, esta vez tomándose el tiempo de memorizar mis labios, al igual que yo memorizaba los suyos.

Lentamente bajo las manos por mis hombros jugando con las tiras de mi vestido y poniéndome la piel de gallina.

-Eider, ¿qué haces...?-le pregunté tímida.

-Me quiero entregar a ti. Antes de que sea demasiado tarde-dijo mirándome profundamente a los ojos.

-¿Pero no es muy temprano...? ¿Muy pronto...?

-Nunca es demasiado tarde para decir que me gustas-dijo acariciándome las mejillas, que rápidamente adquirieron un tono escarlata.

-Tú también me gustas-dije tímida.

-Además-prosiguió-. El tiempo no cuenta para querer o no a alguien.

Asentí algo embobada mientras él bajaba lentamente mi vestido, acariciando mi piel en el camino, y me lo quitó.

-Que vergüenza-dije.

-Tranquila-me susurró, y se inclinó besándome, cogiendo mis manos y poniéndolas en su pantalón. Sabía que era lo que quería: que se lo quitara. Y lo hice.

Entre besos, jadeos y mordiscos nos desnudamos. Y lo admito: nunca estuve tan nerviosa.

Le miré con el corazón bombeando a una velocidad de vértigo dentro de mi pecho, y él dio besos en mi cuello. Entonces lo sentí: como me penetraba. Dolía como la mierda, y no dudé en expresarlo con un quejido y tensamiento. Él paró, dejando que me acostumbrara, y una vez me acostumbré, consitnuó, con tranquilidad y con susurros tranquilizadores en mi oído. 

Una vez llegó al final, se quedó quieto permitiéndose un jadeo, y comenzó a moverse, primero lento. Ese momento era nuestro, lo sabía, lo sabía cuando le miraba.

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